miércoles, 3 de septiembre de 2014

De los premios. De mi china vida (33)

2007
- "Tenías que haberlo visto, china - empecé a contarle yo que ya tenía ganas de que llegara 2007 -. No uno, ni dos, ni tres, sino cuatro... cuatro premios, cuatro premios saragüells. Y además uno detrás de otro. Sin parar. Gané todos los premios individuales a los que optaba. Mejor actor en obra larga y mejor director en las tres categorías del concurso. Soy la única persona en el mundo que los tiene. Hay quien tiene de una categoría, hay quien tiene de dos, pero sólo yo tengo de las tres, y además del mismo año. El Olympia se caía cada vez que abrían un sobre y decían mi nombre: "Carles Galiana".

Recuerdo que ese año los tres nominados al premio debíamos estar en el escenario antes de la lectura del veredicto. Así que salí con dos de mis compañeros, como cerdo al matadero, a escuchar el fallo del jurado.

Si no me falla la memoria en el primer premio aplaudieron tímidamente. Un aplauso normal, por decirlo de alguna manera. Entré dentro del escenario y volví a salir como nominado para el siguiente premio. El público, poco informado porque la mayoría eran jetas que no se han subido nunca a un escenario, soltó una risita como incómoda. ¿Qué hacía aquel atractivo doncel otra vez en escena?

Salieron las musas a leer el ganador y ¡Oh, cielos!, otra vez era yo. La gente aplaudió esta vez con más efusividad. Yo agradecido recogía el premio. No había micro para dedicarlo, así que saludé levemente con la cabeza y salí de allí con mi saragüell entre las manos, para volver a entrar como nominado del siguiente premio.

Al verme salir por tercera vez ya hubo una señora que se desmayó, no sin antes gritar: ¡guapo! Yo estaba absolutamente enrojecido. Me sabía fatal por mis compañeros de nominación, pero el público enaltecido estaba conmigo. Aplaudían ya con un poco más de interés. ¿Cómo era posible que aquel bello treintañero estuviera haciendo historia en el mundo de las fallas? ¿Qué pasaría en el siguiente premio? ¿Se lo darían a él? El público cuchilleaba en voz baja y, a pesar de mi sordera, yo era capaz de escuchar todas las conversaciones que tenían lugar en ese momento. 

La que más me llamó la atención fue la de un viejo de pelo blanco que había sentado en las últimas filas que le dijo a su joven acompañante: "¿pero este no era de izquierdas?" Su joven acompañante se retiró el flequillo rubio de la cabeza y con un deje un tanto "o sea" le dijo: "es que al presidente y al vicepresidente de junta que hay ahora no le importan esas cosas". "Pues habrá que cambiarlos", le dijo al oido el viejo mientras le rozaba el lóbulo de la oreja derecha con los labios. "Y recuérdame que mañana vaya a misa" finalizó.

Entraron de nuevo las musas con el sobre y yo escuché de nuevo mi nombre. El éxtasis se apoderó del público. Tres de tres. ¿Podía haber algo más grande? El público aplaudía. Entre cajas todo el mundo aplaudía. Hasta la taquillera,a la que le llegaban ecos de los premios, aplaudía. Yo vi, y esto lo juro por mi vida, gente con las manos ensangrentadas aplaudiendo a rabiar. La locura del teatro, del arte de Talía. Todo encerrado en una misma noche.

¿Con que hacíamos teatro por to play, por jugar?, pensé yo. Esta erección no la he tenido sólo jugando. Aquí hay algo más. Aquí está el éxtasis de la victoria. Creo que en ese momento ya empujé a uno de los otros nominados cuando recogí el premio. Seguramente no me caía bien. No me importó. Estaba ciego de premios. Al día siguiente faltaría espacio para los titulares en los periódicos.

Y llegó el último de la noche. El premio gordo. Al verme volver a entrar el público entró en catarsis colectiva. Llovían en el escenario calzoncillos, bragas, sujetadores y todo tipo de prendas íntimas. La gente ya estaba tocándose. Las señoras se imaginaban a sus maridos con mi cara. Los maridos a sus esposas también con mi cara. Era todo muy irreal, pero muy palpable, nunca mejor dicho. Salí al centro del escenario y en ese momento llegó una de las mujeres más bellas que jamás he visto sobre un escenario. Una diosa, una diva, una grande entre las grandes: La Guerrero.

Me miró, la miré. Y de repente el mundo se paró. Hubo un silencio total. El público volvió a sentarse en sus butacas, aguantando la tensión, todos estaban medio desnudos. Ella cogió el sobre, lo abrió y aún pudo dirigirme una última mirada que sólo ella y yo entendimos. El universo para nosotros. 

Y dijo mi nombre: "Carlos Galiana". El público gritó al unísono, yo estaba en una nube, la diosa Guerrero se acercó con el premio y yo lloraba de alegría, de tensión, de nervios. Mientras el público ya no sabía que hacer, empezaron a arrancar las butacas del teatro Olympia, pero no había violencia, ni hubo daños colaterales, todo era fruto del amor falleril y teatral que en esos momentos inundaba el teatro. Cuando hubieron parado se giraron hacia el escenario y empezaron a aplaudirme como nunca nadie antes lo había hecho. Las rosas volaban y caían a mis pies en el escenario. La Guerrero las recogía y me las entregaba. Yo la miraba, la más grande recogiéndome las flores del suelo. ¿Se puede ser más feliz?

Yo aún no era consciente de lo que estaba pasando. Yo, un joven teatrero de una falla de tercerola, había conseguido lo que, hasta ahora, nadie más ha conseguido. Había entrado por la puerta grande en la historia de las fallas, de la ciudad y del país. Así fue todo. Ojalá china hubieras estado allí. Fue todo muy grande."


Hubo un momento de silencio. Muy grande. La china me miraba con cara de sospecha.

- ¿En 2007 te llevaste esos cuatro premios?

- Sí. Eso es cierto. - dije yo con una sonrisa de oreja a oreja.

- Pero eres consciente de que la gala de entrega de premios no sucedió tal y como la has contado.

- Ya, pero así es como pienso contársela a mis nietos.

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