domingo, 10 de agosto de 2014

De cómo pasaba el tiempo cuando eras pequeño. De mi china vida (09)

1983
Finalmente entramos en un bar a tomar algo.

- Debe ser divertido tener hermanos y vivir tantos en una casa, ¿no? - preguntó ella con interés.

- Pues la verdad es que, visto con perspectiva, sí que lo era. - dije yo.

- Nosotros éramos tres, como en la mayoría de las casas chinas y ya lo era. Con cinco debió ser una locura. - dijo sonriendo.

- Y ¡bendita locura! - dije yo.- Lo que más me sorprende ahora con el paso del tiempo es cómo parece que cuando eres pequeño el tiempo transcurre de forma diferente.

- ¿A qué te refieres? - preguntó la china intrigada.

- Pues, por ejemplo - dije yo, - mi madre, como casi todas las madres en este mundo, siempre estaba haciendo dieta, incluso cuando estaba en su peso. Aún recuerdo ese olor a col hervida inundando todo el patio cuando volvías del cole. Y lo que más me alucina es que ella hacía, muchas veces, tres comidas al mismo tiempo. Una para mi hermano y para mi, que siempre hemos sido muy delicados con la comida, yo aún sigo siéndolo. Otra para mi padre y para mi hermana, que comían de todo. Y un hervido o cualquier cosa de régimen para mi madre.

Pero no es que mi madre se estuviera todo el día en casa. ¡Que va! Muchas mañanas jugaba al frontón con las amigas. Tenían una liguilla en Burjassot y todo. Y, sin embargo, siempre que llegabas a casa, allí estaban los tres platos diferentes de comida. Y no sólo eso: la nevera llena, las camas hechas, la ropa lavada y planchada, la casa limpia y ordenada.

- Trabajaba como una china. - dijo riéndose muy fuerte. - ¿Lo entiendes? ¡¡Trabajaba como una china!! ¿Has visto cómo domino vuestro idioma?

- Sí. Eres la bomba. - dije yo sin mucho entusiasmo. - El caso es que yo ahora llego a mi casa y siempre hay algo por hacer. Antes llegaba del cole, comía, me volvía al cole, volvía a casa, merendaba, hacía los deberes, bajaba a la calle a jugar con los amigos, subía a la hora de cenar y luego aún veía algo la tele antes de irme a dormir. Los días se alargaban como chicles. 

Y no necesitabas quedar con nadie. Simplemente bajabas a la calle y allí estaban. Y si no estaban te volvías a subir a jugar a cualquier cosa o llamabas a sus casas. Ni whatsapps, ni móviles ni nada. Todo era mucho más sencillo. Y en la calle, sin ninguna vigilancia y sin ningún miedo.

Ahora sales corriendo al trabajo, a veces sin desayunar, que llegas tarde y te dejas la cama por hacer, llegas a casa, la cama por hacer, haces la comida deprisa y corriendo, vuelta al trabajo, vuelve a casa, la cama por hacer, vete corriendo a la falla (a la falla, o a una reunión, o a tomar un café con un amigo con el que previamente has quedado quinientas veces por el whatsapp, mail, móvil, Facebook, etc.), de vuelta a casa a hacer la cena reventao, la cama por hacer, siéntate un rato a reposar la cena y a ver la tele, te vas a dormir y ves la cama y piensas: ¿ahora voy a hacer la cama? ¡Pero si la vamos a deshacer! Te metes en la cama sin hacer, aún ves la tele un poco más. Son las dos de la madrugada y piensas: no es que no haya hecho la cama, es que no he puesto ni una lavadora, no sé si hay ropa planchada para mañana, la nevera está vacía, los cuartos de baño están hechos una porquería, el piso sin fregar, los trastos por todas partes, ¿¿pero cómo cojones le daba tiempo a mi madre a hacerlo todo??

- Se llama saber gestionar el tiempo. - dijo ella.

- ¡¡Qué narices!! - exclame yo. - Estoy absolutamente seguro que en los años ochenta los días tenían muchas más horas que ahora. Veintiocho o treinta y seis, no estoy seguro. No tiene absolutamente ninguna otra explicación. Ninguna.

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