sábado, 16 de agosto de 2014

De mi primer trabajo con quince años. De mi china vida (15)

1989
- A los quince años sí que hice algo por primera vez de lo que me siento muy orgulloso - le dije a la china con cierta euforia.

- Sorpréndeme. - me dijo ella con un poco de retintín. 

- Empecé a trabajar. - le dije yo.

- ¿Cómo? - preguntó ella extrañada.

- Que empecé a trabajar - repetí yo. - A ganarme el dinero con el sudor de mi frente, nunca mejor dicho por que...

- Perdona - me interrumpió, - ¿A qué edad se supone que se puede empezar a trabajar en tu país?

- Bueno, se supone que, excepto en casos especiales como los artistas, a los dieciséis años con el consentimiento paterno o si vives independiente y depende de qué trabajo, claro - dije yo sin entender la pregunta.

- ¡Ah! Trabajabas de actor. - dijo ella.

- No, no era de actor.

- ¿Entonces? - insistió ella.

- Trabajaba repartiendo publicidad de un centro comercial muy importante, del que no quiero hacer publicidad, pero que tiene un logotipo que es un triángulo verde con unas letras blancas en medio. Pero no trabajaba para ellos, sino para la empresa que les repartía la publicidad.

- Pero, ¿no tenías quince años?

- Sí, ya te lo he dicho.

- ¿También hay explotación infantil en tu país?

- No. Bueno..., no. - titubeé yo. - ¿Explotación infantil? No, no. Lo hice de manera voluntaria, para poder pagarme los caprichos que mi familia no podía pagarme. Nadie me obligó. No estaba dado de alta ni nada. Fue un trabajo de verano. Yo repartía publicidad y me pagaban mil setecientas pesetas al día. Pagaban semanalmente y recuerdo perfectamente el primer sueldo de ocho mil quinientas pesetas. Llegué orgulloso a casa con el sobre y se lo di a mi padre: "para contribuir a la economía familiar", le dije. Pero por dentro estaba deseando que mi padre me devolviera el sobre, como así fue. Esa sensación de cobrar el primer sueldo es fantástica. Y me lo gané bien ganado. Eran ocho horas con la solana que hace en verano en Valencia recorriendo las calles y dejando publicidad en todos los patios. Además debía apuntar el nombre de la calle, el número del patio, la cantidad de folletos que había dejado, si lo había dejado en el buzón o al portero. Gracias a ese trabajo empecé a conocer todos los distritos postales de la ciudad y muchas de las calles. Cuando te tocaba el distrito número diez era genial por que eran fincas muy altas y casi todas con portero, con lo que a media mañana ya habías acabado y cobrabas lo mismo. En dos meses gané sesenta y ocho mil pesetas que me duraron todo el año.

Yo miré a la china todo orgulloso. La verdad es que nunca olvidaré ese primer sueldo.

- ¿No estabas dado de alta? - me preguntó ella.

- Vamos a ver. - dije yo. - ¿De verdad que de toda la historia que te he contado te has quedado con la anécdota de que no estaba dado de alta?

- ¿Anécdota? - dijo ella. - ¿Te parece una anécdota? Contribuir a la economía sumergida de tu país.

- Bueno, yo no lo veía así en ese momento. Era un trabajo que... - continúe yo.

- ¿En ese momento? ¿Y ahora cómo lo ves? - me insistió ella.

- ¿Ahora? - pregunté yo sin entender.

- Sí, ahora, ahora. Ahora que juegas a ser político. ¿Cómo verían en tu partido que un chico de quince años trabajara sin estar dado de alta y por mil quinientas cochinas pesetas diarias?

- Bueno, es que dicho así, parece no sé... parece muy feo. Lo dices de una manera...

- Dicho como lo que es. Creo sinceramente que cuando vuelvas deberías hacer una declaración complementaria en Hacienda y declarar esas sesenta y ocho mil pesetas más los intereses.

- Sí, mujer, no tengo yo otra cosa mejor que hacer - dije yo encendiéndome un poco. - Y hacer una nota de prensa y un comunicado, no te jode. Si llego yo a mi país y declaro que hace casi veinticinco años cobré en negro sesenta y ocho mil pesetas que no declaré, son capaces de meterme en la cárcel. Ellos nos roban a espuertas pero seré yo, un pobre adolescente que lo único que quería era algo de dinero para poder darme algún capricho, el que acabe entre rejas. ¡Son muy capaces de hacerlo! Para hacer eso hay que ser muy imbécil o tener millones en el banco para que te compense hacer una declaración así. Porque ya sabes lo que hay: si tienes que robar o defraudar más te vale que sean millones para poder librarte de toda culpa, cómo sean cuatro chavos acabas encerrado y sin indulto. Además, ¿qué pretendes que diga? ¿Que en veinticinco años no he tenido la oportunidad de hacerlo? ¿Que no me acordaba de que había cobrado ese dinero? ¡Ni que lo tuviera escondido en un banco en Suiza! ¡¡Que fueron sesenta y ocho mil pesetas!!

- Y así va tu país si todos hacéis lo mismo. - sentenció.

Y por arte de magia la china me hizo sentir culpable de algo de lo que me sentía más que orgulloso. Y lo peor de todo es que... ¿tenía razón? ¿Iría mejor el país si todo el mundo declarara lo que cobra, cómo lo cobra y de dónde lo cobra? ¿Cómo era posible que yo me sintiera culpable por sesenta y ocho mil pesetas mientras otros dormían a pierna suelta con millones de euros defraudados? ¡¡Será puñetera la china!!

2 comentarios:

  1. Por culpa tuya me tienes enganchado a la lectura, cosa que desconocía hasta el día de ayer, cuando me dio por leer este fantástico blog, nunca he leído un libro, y ahora me tienes "enganchadisimo" a tu historia, ya estoy deseando que llegue mañana para el siguiente capítulo, a pesar de que algunas cosas para mi me suenan como "machupichu"....... jajajajajajajajaja
    P.D.: Sí te da por editarlo avisame que lo quiero en papel.
    Un abrazo

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    1. Jajaja. Gracias por leerme y me alegro mucho de que te guste. Mañana más.

      Un abrazo.

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