1986 |
- Y entonces empecé a estropearme - dije yo.
- ¿A los doce años? - me preguntó ella.
- Sí. Más o menos a esa edad. - afirmé yo. - Lo primero que hice fue romperme los dientes.
- Buen comienzo. - apuntó ella.
- Sí, yo siempre he sido de principios espectaculares.
- Y ¿cómo fue eso? - me preguntó.
- Pues en bicicleta. Me choqué contra una valla y di dos vueltas de campana antes de caer en tierra.
- ¡Qué dolor! - dijo ella estremeciéndose. - ¡Aaaaah!
- Sí. Lo sé. - afirmé yo que al revivirlo tenía la misma sensación.
- Y ¿qué pasó luego? - preguntó ella.
- Me llevaron al dentista y me dijo que hasta los dieciocho no iba a tener arreglo. - le contesté.
- ¡Vaya!
- Sí. Así que deje de sonreír. Después empezaron a crecerme cosas y ya nada fue igual.
- Ya entiendo - me dijo ella con una sonrisa picarona.
- No, no me refiero a eso. - intuyendo a lo que se refería - Eso fue más tarde. Empecé a pegar el estirón y el cuerpo se me desajustó. Era más alto que la media de mis compañeros, la nariz empezaba a tener la forma y tamaño que tiene ahora, los pies crecían por su lado. Desde entonces no me gusta ir a las zapaterías.
- ¿Y eso?
- Porque cada vez que iba salía con un número más y me daba mucha rabia. No he vuelto a comprarme unos zapatos.
- Eso es imposible. Ahora irías descalzo.
- Quiero decir que antes me los compraba mi madre directamente, yo me los probaba y si me gustaban me los quedaba; y ahora se encarga mi marido de comprarlos. O algún amigo ve algunos zapatos me envía una foto y me los compra. Odio las zapaterías.
- Te entiendo. - dijo ella comprensiblemente - ¿Y qué más te creció?
- Las manos. Enormes para un chico de mi edad. - dije yo
- Y las orejas - me preguntó ella.
- No - dije yo, - las orejas venían así de serie. Han sido grandes siempre.
- Para escuchar mejor. - dijo divertida.
- Pues tampoco. Tuve la ocurrencia de meterme plastilina en los oídos. No me preguntes por qué, no lo sé ni yo. Así que me llevaron al hospital para quitármela y me tuvieron que succionar los dos oídos y desde entonces tengo un 60% de perdida de audición de los sonidos agudos.
- ¡Madre mía! - exclamó. - ¡Qué puto desastre!
- Así es.
- ¿Y cómo lo llevas?
- Pues mira, a veces me miro al espejo y pienso: ¿Cómo alguien con tantos defectos localizados puedes estar tan bien? - dije yo riéndome.
- Desde luego autoestima no te falta. - dijo mirándome de arriba abajo.
- No, cierto, de eso voy sobrao. - sonreí yo.
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