miércoles, 13 de agosto de 2014

De cómo se estropean los cuerpos. De mi china vida (12)

1986
- Y entonces empecé a estropearme - dije yo.

- ¿A los doce años? - me preguntó ella.

- Sí. Más o menos a esa edad. - afirmé yo. - Lo primero que hice fue romperme los dientes. 

- Buen comienzo. - apuntó ella.

- Sí, yo siempre he sido de principios espectaculares.

- Y ¿cómo fue eso? - me preguntó.

- Pues en bicicleta. Me choqué contra una valla y di dos vueltas de campana antes de caer en tierra.

- ¡Qué dolor! - dijo ella estremeciéndose. - ¡Aaaaah!

- Sí. Lo sé. - afirmé yo que al revivirlo tenía la misma sensación.

- Y ¿qué pasó luego? - preguntó ella.

- Me llevaron al dentista y me dijo que hasta los dieciocho no iba a tener arreglo. - le contesté.

- ¡Vaya!

- Sí. Así que deje de sonreír. Después empezaron a crecerme cosas y ya nada fue igual.

- Ya entiendo - me dijo ella con una sonrisa picarona.

- No, no me refiero a eso. - intuyendo a lo que se refería - Eso fue más tarde. Empecé a pegar el estirón y el cuerpo se me desajustó. Era más alto que la media de mis compañeros, la nariz empezaba a tener la forma y tamaño que tiene ahora, los pies crecían por su lado. Desde entonces no me gusta ir a las zapaterías.

- ¿Y eso?

- Porque cada vez que iba salía con un número más y me daba mucha rabia. No he vuelto a comprarme unos zapatos.

- Eso es imposible. Ahora irías descalzo.

- Quiero decir que antes me los compraba mi madre directamente, yo me los probaba y si me gustaban me los quedaba; y ahora se encarga mi marido de comprarlos. O algún amigo ve algunos zapatos me envía una foto y me los compra. Odio las zapaterías.

- Te entiendo. - dijo ella comprensiblemente - ¿Y qué más te creció?

- Las manos. Enormes para un chico de mi edad. - dije yo

- Y las orejas - me preguntó ella.

- No - dije yo, - las orejas venían así de serie. Han sido grandes siempre.

- Para escuchar mejor. - dijo divertida.

- Pues tampoco. Tuve la ocurrencia de meterme plastilina en los oídos. No me preguntes por qué, no lo sé ni yo. Así que me llevaron al hospital para quitármela y me tuvieron que succionar los dos oídos y desde entonces tengo un 60% de perdida de audición de los sonidos agudos.

- ¡Madre mía! - exclamó. - ¡Qué puto desastre!

- Así es.

- ¿Y cómo lo llevas?

- Pues mira, a veces me miro al espejo y pienso: ¿Cómo alguien con tantos defectos localizados puedes estar tan bien? - dije yo riéndome.

- Desde luego autoestima no te falta. - dijo mirándome de arriba abajo.

- No, cierto, de eso voy sobrao. - sonreí yo.

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